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Por Eduardo Arboleda
Ballén
Figura, naturaleza y Dios han sido los tres
puntuales que durante siglos han configurado en el arte el análisis del mundo.
La complejidad social, la aparición de nuevos sistemas de pensamiento de rápida
implantación han añadido al artista cierta dificultad para estructurar un
discurso que exprese su propia visión del mundo. Mundo como el de Raúl López
García (www.artraul.de).
Una de las enseñanzas de la pintura moderna es
la de que aprendes a dominar la mirada, de tal modo que ves arte donde quiera
que éste esté. El arte no es más que formas y luces, y esa luz también está
hasta en el basurero humano. Y no estoy hablando del hecho literario de que las
mejores flores salen del basurero, sino de que la basura humana en sí misma
tiene unos destellos increíbles, y no sólo es la formalidad de la basura y sus
luces, sino el componente de la basura: la pasión acumulada en esos
desechos.
Raúl es un portavoz de lo que se hace visible,
porque eso es lo real y lo demás no existe. Ha desarrollado una capacidad para
lo concreto, y unas antenas increíbles para sintonizar y comprometerse con lo
despreciado y amenazado, con lo soterrado y apartado.
Utiliza comúnmente unos modales próximos a la
narratividad pictórica, pero estos quedan interceptados de continuo por la
poderosa inclinación a hacer de ese acto de lenguaje una excluyente norma
estética. Las presuntas conexiones realistas se neutralizan entonces gracias a
la gestión correctiva del irracionalismo. Elabora su obra que trasciende la
realidad a partir de la propia realidad. Lo que en su muestra en Internet
organiza, es a partir de su propio riesgo, nada más opuesto a su sistema
expresivo que explica lo obvio.
No le interesa tanto lo que vemos, sino lo que
pensamos que vemos, de qué manera sentimos que pensamos que vemos.
Arte y Creatividad.com
Marzo
2001
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